La “Muerte Roja”
había devastado el país durante largo tiempo.
Jamás una peste había sido tan fatal y tan
espantosa.
Edgar Alan Poe
Cuando marzo apenas
se abría paso en el calendario, tuvimos la noticia en Colombia del primer caso
de infección: el letal virus que desde fines de diciembre hacía estragos en
China y, poco a poco con el paso de las semanas, en Europa y luego en América,
había llegado a Colombia. La OMS decretó el estado de pandemia y las
autoridades respectivas tomaron las medidas que mejor consideraban para evitar
la catástrofe que se evidenciaba en otras latitudes.
Un par de semanas
después se decreta el confinamiento obligatorio y con éste, entre gestos de
incredulidad por parte de muchos, se evidencia el alto grado de fragilidad en
el que el modelo capitalista actual, con énfasis en un financierismo usurero y
especulativo, ha sumido a la mayoría de la población mundial. El precario
sistema de salud con bajísima cobertura y limitado para atender el número de
infectados que sigue creciendo, las altas tasas de desempleo y millones de
trabajadores en la mal llamada informalidad con paupérrimas condiciones de
ingresos, la baja capacidad de ahorro de muchos colombianos y colombianas, que
con el paso de los días han visto que el hambre acecha y que el camino para
resolver esta situación es oscuro. De igual manera, cuando se ordenó que
permaneciéramos en las casas, vimos que muchos no tenían casa y la fragilidad
de muchos en nuestra sociedad además de hacerse evidente, nos obliga a que
aprovechemos este momento para detenernos, reflexionar y hacernos preguntas
sobre las formas de vida que hemos llevado y los cambios que debemos introducir
para transformar este estado de cosas.
La conversación es el
campo nutricio para reflexionar, y tomando como horizonte la perspectiva de
cuando esto acabe, han emergido preguntas sobre las formas de solidaridad,
¿acaso es dar mercados? ¿Cuáles son las formas en las que consumimos? ¿Por qué
hay tantos niños y niñas desnutridas? ¿Acaso la salud es un negocio o un bien
de lujo? ¿Es posible seguir tratando a la naturaleza de la manera como lo venimos haciendo? ¿De qué
manera nos movilizamos por la ciudad? Y así, son muchas las preguntas y perspectivas
sobre las que es necesario detenernos a pensar colectivamente para construir un
mundo distinto, fraterno, solidario y justo para todas las personas.
Por ahora se insinúan
tres aprendizajes fundamentales: 1. Tienen más sentido aquellas cosas simples y
sencillas como un abrazo o un beso de los seres queridos, que toda la cadena de
lujos fatuos que nos propone la farándula. 2. La economía debe organizarse
supeditada a la búsqueda de mejores condiciones para todos. 3. El camino para
construir otras forma de vida se escribe en plural, debemos hacerlo
colectivamente, solos no es posible y solo co-operando con otros podremos
lograrlo.
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